EVALUACION
La
evaluación, entendida como una serie de acciones continuas que los docentes
realizan de manera cotidiana en el aula para indagar sobre el nivel de
formación que han alcanzado sus estudiantes, no puede reducirse solamente a los
resultados arrojados por los exámenes que son, en última instancia, una
simplificación de la evaluación. Estos resultados, si bien son importantes para
conocer el grado de adquisición de ciertos conocimientos y habilidades,
constituyen sólo uno de los elementos que forman parte de la evaluación en
sentido más amplio.
De
esta forma, los resultados de los exámenes deben convertirse en un punto de
partida para que docentes, coordinadores y directores reflexionen en torno a
las prácticas evaluativas y a las prácticas de enseñanza, de tal forma que
aquello que se hace en el aula sea significativo y promueva al mismo tiempo
actitudes de compromiso, interés y responsabilidad en los estudiantes, que conllevarán
a un aprendizaje significativo y de largo plazo-
COLOMBIA APRENDE: A
partir de 1994 hablamos de una evaluación que se abre hacia la valoración no
solamente de los avances del estudiante en su formación integral, sino que
también involucra a los distintos actores educativos de una forma comprometida
y dinámica. Con esto los padres de familia, los docentes, los directivos
docentes, la institución y el sistema educativo mismo adquieren un protagonismo
esencial en los procesos evaluativos de los estudiantes y en el acompañamiento
de estos para el logro de las competencias básicas.
EL MINISTERIO DE EDUCACION
NACIONAL: A partir de la expedición de la Ley General de Educación
(1994) se dio paso a una evaluación formativa, integral y cualitativa, más
centrada en el desarrollo de las habilidades de los estudiantes que en los
contenidos de la enseñanza, teniendo como marco las competencias, haciendo que
el proceso en el aula cobre un sentido distinto. Reglamentada la ley por
decretos como el 1860 de 1994, el 230 y el 3055 de 2002 se propició un cambio
importante en las prácticas pedagógicas, al establecer la autonomía curricular
de las instituciones mediante la definición de su Proyecto Educativo
Institucional.
Para León Pereira (1997), “la
evaluación puede asumirse como una actividad fundamental dentro de los procesos
de formación humana y como tal puede planearse expresa e intencionalmente. Se
puede entender como una estrategia para obtener y analizar sistemáticamente la
información de retorno sobre los procesos encaminados al cultivo de cada
dimensión humana, para alcanzar niveles cada vez más altos en la comprensión y
orientación de dichos procesos para tomar las decisiones que resulten adecuadas
y oportunas dentro del quehacer pedagógico”.
El
Ministerio de Educación Nacional de Colombia defina la evaluación: “un proceso
permanente, cuyo objetivo es proporcionar información al profesor para apoyar a
los estudiantes en su proceso de aprendizaje, involucrando a ambos en el logro de
objetivos educacionales propios de cada nivel. La evaluación se traduce en una calificación
(nota o concepto), la cual determina, junto al requisito de asistencia, la promoción
de los alumnos/as” (MEN, 2008).
Dado
este concepto, es fácil entender cómo nuestros sistemas educativos están infectados
por consideraciones técnicas de la enseñanza y hacen poco caso, o casi que omisión,
a los proceso críticos y reflexivos de la educación. Cuántas veces no hemos escuchado
quejas acerca de la incoherencia e invalidez de las conocidas pruebas del Saber,
pruebas del ICFES, pruebas ECAES, entre otras, que estandarizan a toda la población
estudiantil colombiana, en estándares generales que no son para nada igualitarios
y que se convierten en una excusa excluyente de instituciones, empresas o personas
que favorecen la discriminación.
Recordemos
que este tipo de pruebas miden sólo en un momento los resultados de casi 11, 5
ó más años de estudio, y con el poder de etiquetar a una persona con una
calificación estándar, que la incluye en un grupo de individuos no tan
inteligente, más o menos inteligentes, y los afortunadamente inteligentes, en
un país con un sistema educativo que no posee las mismas oportunidades de
aprendizaje para todos sus ciudadanos y donde el acceso a la calidad de
enseñanza aún no es igualitario.
La
evaluación debe estar contextualizada hacia el individuo, sus intereses y
necesidades propias; es decir, los criterios para utilizar en una evaluación no
deben ser seleccionados según los criterios que yo como evaluador necesito
comprobar y creo conveniente que sean, sino, al contrario, debo negarme de mis
propias reglas del juego y ajustar mi regla de medir a las necesidades e intereses
del alumno. Si un joven que estudian medicina necesita aprender cómo hacer
operaciones e intervenciones de emergencia, ¿por qué le voy a enseñar a
componer y arreglar equipos médicos?, si su razón de estudio está centrada en
los pacientes, no en las máquinas de trabajo, aunque el arreglo de éstas pueda
ser una labor que también debería eventualmente conocer.
Evaluar
es, al final de todo, el resultado de nuestras concepciones, la importancia de
nuestros criterios, que deben redirigirse hacia procesos reflexivos, críticos y
acentuados en la formación, desarrollo y crecimiento integral del individuo,
hacia formas más igualitarias, equitativas y justas para todos, de manera que quien
evalúa aporte a quien está siendo evaluado, y que los resultados que la
evaluación arroje sean los esperados, evidenciados durante todo el proceso.
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